Policías: Si no les tuviese cariño, no hubiera podido tomar esta foto.
Domingo, 8 Marzo 2020, 17:12 pm.
Diecisiete alcanzo a contar. Estamos reunidas en un breve coliseo, ahí, resignificándolo, mujeres con mujeres, alterando la primer versión de este. Ya no es de los hombres para el mundo, ahora somos mujeres con mujeres, gritando cómo queremos el mundo. Lo queremos libre y horizontal. Armadas con pinceles y papeles, con pañuelos verde esmeralda, las observo teñirse el rostro, eligiendo su piel sin dudar. Por un día, sin dudar. Zayda documenta todo con su cámara, me quedo sentada, escribo esto. Esta es mi arma hoy. Salimos del coliseo y nos volvemos treinta, con engrudos, brochas y carteles. Algunas con el torso escrito con mensajes que vienen desde la entraña “Mi cuerpo es mío” (que aunque sea una obviedad, hoy 8 de Marzo 2020 para un significativo porcentaje poblacional aún no lo es). Caminamos tres escuelas a un lado, nos tornamos doscientas, sonriéndonos unas a otras, buscándonos lo familiar, compartimos la pintura, el maquillaje, el agua, repartimos los carteles, escuchamos las indicaciones y salimos del mundo de las escuelas, fieras, juntas, valientes, cantando: “Las balas que disparaste van a volver, la sangre que derramaste la pagarás, las mujeres que asesinaste no morirán, NO MORIRÁN” y empieza a tomar significado, marchamos por supervivencia, los rostros de quienes ya no están empiezan a llover sobre nosotras. Hoy ellxs están con nosotrxs. Caminando frente al metro -al otro lado de la calle- escuchamos un grito tribal que nos llama ¡nos hemos replicado! y siento mis lágrimas correr hacia ellas. Son hermanas, somos hermanas. Nos hemos tornado al menos cuatrocientas. No nos conocemos, pero somos hermanas, cientos de aullidos al unísono silenciamos el caos vial, de pronto sólo se escucha eso, el aullido tribal, y al final los cláxones que nos corean. Sé que varios de ellos son hombres, pero hoy sus cláxones suenan como si su equipo favorito fuese a jugar. “Es justo, es necesario, esto es necesario” pienso. Saco mi tarjeta, pero esto es metro popular. Subimos al metro, el policía que ha abierto la puerta mira con cierta curiosidad, ni bien ni mal, curiosidad a secas. El metro que llega viene cargado ya de mujeres violeta, nos unimos, huele a aerosol, esto es por ellas y por nosotras, por una que se volvió todas, se siente emoción , se escucha reggaetón, deseamos bailar animalmente, hacemos cada vez más espacio para más, siempre hay espacio para otra más. Nos respiramos las unas a las otras, reímos, cantamos, el miedo no existe, no nos acompaña, no nos representa. Llegamos al monumento y las cuatrocientas nos hemos hecho ya ciento cincuenta mil. Y el caos incrementa, no hay por donde pasar, necesitamos espacio, se tumban los muros de contención, se rompen vidrios, varias por reflejo gritamos “GÜEY, NO” y nos tomamos los cabellos. Reconozco en ese preciso instante que nos amo valientes y feroces, nos amo vivas y latentes. Hoy comprendo al fin las pintas, aprecio su belleza, su origen, no fueron unas, fuimos todas, porque mientras una pinta nos tiene diez atrás cuidándole la espalda y a otras cuarenta esperándole de vuelta, porque lo que escribe una lo sentimos todas. Estamos hartas NO SE VA A CAER, LO VAMOS A TIRAR. Unas regalan comida a las otras que tenemos hambre, las jacarandas nos abren paso, estamos cansadas pero me siento segura, me siento replicada. Hermanas van con el torso desnudo, pintado con deseos de vivir libres, varios hombres observan la marcha con curiosidad, pero uno, uno la mira con morbo, le mira los senos a una de ellas, se lame los labios, ve que lo miro y me mira desafiante.
Cantamos "Mujer conciente de une al contingente" y de pronto aparece un cuarteto de mujeres barrenderas y deseo tengamos una mejor línea de acción, me pregunto yo en esa posición qué haría:
A) No trabajo y me uno
B) Hago como que trabajo pero no trabajo y me uno.
C) Tiro mi herramienta de trabajo como si no trabajase por necesidad y me uno
D) Observo y mi cuerpo ya en el territorio per sé, acompaña.
Llegamos al hemiciclo: -En la mañana me llamó mi tía. Años anteriores nos llamábamos para felicitarnos y festejar. Hoy me llamó para pedirme que me cuide, que no caiga en provocaciones, yo hice lo necesario por dejarla tranquila- como decía, llegamos al hemiciclo, está rodeado de mujeres policías, en este orden MUJERES-POLICÍAS. Una de ellas nos mira y sonríe, sonríe con un gesto empático, que una chica junto a mi lo ha malinterpretado, le pregunta de qué se ríe la pendeja, le borra la sonrisa. El contingente pasado les acababa de cantar "HERMANA POLICÍA, ÉSTA ES TU LUCHA" Y escucho la voz de mi tía a lo lejos, escucho que les gritan “Traidoras. Perras. Puercas” mientras veo cómo les lanzan gasolina y la voz de mi tía se disipa en el viento, me hierve la sangre. No puedo, de verdad no puedo. Abandono el contingente. Unas policías a otras se echan agua para quitarse la gasolina que les han lanzado, están asustadas. Sus uniformes dan testimonio de todo lo que ya les han lanzado, se sostienen frontales, furiosas han lanzado lacrimógeno, dos de ellas lloran pero no se derrumban, se ven tristes. Una chica con un globo con pintura se para frente a una de ellas, su conciencia la hace dudar, le pide permiso para lanzarle pintura, la policía con un gesto de cansancio-resignación, con un semblante como si se lo mereciese, sosteniéndole la mirada asiente, cerrando lentamente lo párpados, mi corazón se rompe, lo lanza, de mujer a mujer, me ha parecido denigrante. Vengo con un colectivo de artistas y lo menos que esperaba era empatía y criterio. Discuto con ella, me dice que acababan de lanzar lacrimógeno, le he dicho que sí, porque les acababan de lanzar gasolina, me cuestiona sobre el lacrimógeno, "tampoco está bien", le respondo. Pero creo que el alguien debería caber la cordura o deberíamos de cambiar la estrategia. Mujeres ancianas protegen a las policías, están tomadas de las manos, las jóvenes van y se han puesto al tú por tú con las ancianas a burlarse de ellas, decírles que las están usando. Aún hay bastante que acordar, aún hay mucho que hacer, pienso. Se me han vuelto a salir las lágrimas pero de rabia. Me siento ajena y pienso ha sido un error ir, tengo ganas de ir a casa y abrazar a Tomasa. Camino un poco y encuentro a unos bomberos contemplando las fogatas y cómo rompemos los vidrios, una mirada cómplice y perpleja, les tomo una foto. Metros adelante me encuentro con una formación de granaderas mirando el caos a través de sus escudos, algunas con caras temerosas, otras curiosas. Los insultos siguen corriendo por el aire. Pienso en mi madre, obviamente, pienso en su etapa de comandante del grupo femenil de granaderas, pienso en sus compañeras, pienso que nos falta ampliar nuestra perspectiva y replantearnos el tema de los uniformes y las etiquetas. Hace unos años una compañera de mi madre iba a venir de vacaciones con nosotras. M era una mujer guapísima con el pelo largo y negro; aquella vez íbamos a ir al mar, la chica no llegó al vuelo. Resultó que la granadera había estado muy ocupada con su pareja (supongo celosa) quien en una discusión a horas del vuelo había decidido incendiarle el cabello, desnudarla y lanzarla con el auto andando ¡La muy granadera!… cuando llegó un día después, llegó con el pelo corto y moreteada, yo no entendía qué había sucedido, pero me había parecido una locura que mutilara su hermosa cabellera. Pienso también en el caso de otra compañera, también muy granadera, su pareja, en una discusión, le clavó un desarmador en el estómago y de milagro no se murió; e historias así eran el pan de cada día en aquel grupúsculo de mujeres. Así que me parece bastante cuestionable la postura que se toma, asumiendo que el uniforme es algo que las excluye de este sistema patriarcal. Pienso que debemos dejar a un lado la pereza y considerar otras formas que no tienen que ver con los estereotipos que nos han inyectado. Lo digo yo quien dos de mis agresores han sido policías pero que por esos dos cuarenta más han visto por mi y me ha quedado claro que no es del todo el uniforme.
Después de ir a ver las fogatas, los rituales bajo la luna llena, las pintas, los destrozos y los enfrentamientos, veníamos Zayda y yo de regreso en el metro, venimos sin miedo y contentas, hoy fue un día sin miedo en nuestro territorio, el aire se sentía diferente, hasta que: le sonreí a una señora y ella con reprobación nos empezó a insultar y a decir que le dábamos vergüenza, yo ondee mi mano en señal de un “hasta luego” sonriéndole confundida, y diciéndole que estaba bien, sin poder pensar realmente en algo mejor. Nunca he sido el tipo de persona que pueda ganar una discusión en vivo y directo porque ya procuro cuidar mis palabras. Sin embargo en cuanto el metro avanzó me pregunté si no le causaba más vergüenza ver los periódicos y noticias día a día, y no sentirse avergonzada de no sentirse avergonzada, me pregunté si de ser nosotras lxs feminicidas habría dicho algo similar.
Zayda y yo al final decidimos no guardarnos en casa e ir a bailar cumbia, es la primera vez en mi vida que salgo con una amiga a bailar solas “¡qué pinche bien se siente ser dueña de si e ir a bailar sin miedo o paranoias!” el lugar estaba tomado en su mayoría por mujeres, con una stand-up perra que de cosas que decía, dos que tres nos iban hilvanando entre todas. Hemos vuelto en un DIDI que el conductor ha gaseado con su desodorante sigo preguntándome ¿pa´qué o por qué?, En fin. Vamos a casa de Zayda y finaliza el viaje por error sin llevarme a la mía, sin embargo de buena fé me acerca, me da pena que dé toda la vuelta necesaria, así que decido no hacerlo dar vueltas y sólo bajarme a una cuadra de casa. Vengo caminando, sintiéndome segura, traigo mi pañuelo verde, que asumo como un statement de mi para el mundo, paso junto al restaurante de la vuelta y están los meseros, sigo en lo mío, uno de ellos me alcanza sobre su bicicleta, me insulta y me dice que vestida así cómo no quiero que me roben, se larga. Me gustaría sentirme sorprendida, pero no. Traigo tenis, un vestido y una chamarra de mezclilla, aunque viniese en tanga nadie tendría que robarme, soy autónoma ¿no? Eso dijimos todo el día. Sube la marea y el miedo rocía mis suelas… avanzo, me repito: "el miedo no me representa"
Llego a casa y mi roomie no me pregunta cómo me fue ni nada, mañana no iré a trabajar porque #El9ningunasemueve. Me dice que él mañana lavará los trastes, como si fuese un favor que hará (cosa que yo he hecho las últimas semanas) pero que a mí me toca la cazuela (porque es en la que la comida ya se pudrió y el considera que fue mi culpa porque no la devolví al refrigerador, y el tampoco, pero yo primero). Mañana nueve, mañana nueve que ninguna se mueve…
Pienso que es ridículo que lleve horas marchando y que llegando a casa suceda esto. No se preocupen, por supuesto mañana lunes no la lavaré, pero sí, aún hay mucho que hacer. Somos malas, podemos ser peores, y al que no le guste, se jode, se jode.
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